No conozco a nadie que disfrute regañando a sus empleados, enfrentándose a problemas de rendimiento o teniendo que despedir a alguien. Imagínate lo difícil que sería si ese empleado fuese tu madre, tu padre, tu hermano/a, tu hijo/a, tu primo/a o tu tío/a. Dirigir no es fácil y la gestión de un negocio familiar le añade otra dimensión a la ecuación: la familia. Implica algo más que tener miembros de la familia como parte de la empresa. Las familias funcionan como un ecosistema y, cuando se ve afectada una parte del ecosistema, ocurre lo mismo con las demás. En todos los negocios, surgen problemas relacionados con divorcios y enfermedades de los empleados. Pero no estamos íntimamente involucrados con todos los detalles del asunto y no tenemos que posicionarnos, como suele suceder en una empresa familiar.
Piensa por un momento lo difícil que sería si tu cuñado, que trabaja para la empresa familiar, se divorcia de tu hermana. Además, en las empresas familiares se hacen suposiciones que no se hacen en otros negocios. “Entenderán que tengo que quedarme en casa con mi hijo porque está enfermo” o “no tengo las mismas reglas que los empleados no familiares ” o “no me van a despedir porque soy de la familia.” Se necesita mucho valor para tomar decisiones difíciles que son beneficiosas para el negocio, aun cuando pueden no ser beneficiosas para la familia. La gestión de una empresa familiar requiere temple, fortaleza y una buena dosis de sangre fría para ser capaz de mirar continuamente por el bien de la empresa en lugar de por el de la familia. Si eres tú el encargado de la gestión de la empresa familiar, te aplaudo: tu papel no es apto para cardíacos.